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¡Que no! ¡Que no soy (ni quiero ser) ninguna profesional!


Hace unos días alguien apeló a mi profesionalidad para decirme “n’importe quoi” –no me gusta emplear expresiones en otros idiomas porque creo que queda de un pedante insoportable, pero es que hay fórmulas irreemplazables que no existen en castellano y que simplemente no se pueden traducir…–.

El caso es que aún no he decidido del todo si eso de la profesionalidad me resulta gracioso o penoso. La verdad es que no lo tengo claro y, si digo que aún no lo he decidido del todo, es porque ya-alguna-vez/muchas-veces me he parado a pensar en ello.

Me resulta gracioso que alguien apele a mi profesionalidad porque, evidentemente, no la tengo. No hay que ser ningún lince para darse cuenta de ello; es algo que sabe todo el que me conoce: aquí la amiga que escribe se mete en los marronazos en los que se mete, precisamente, porque no cree en la profesionalidad. Me resulta gracioso -reír por no llorar...- que alguien que me conoce tan-TAN poco/poquísimo se tome la licencia de valorar positivamente habilidades o virtudes que ni siquiera tengo –si es que la profesionalidad lo es, que para mí no, desde luego…–. No sé. Supongo que... ¿gracias?

En fin.

De verdad que a veces me aburre un poco esto de pertenecer a una sociedad de producción y consumo en la que TODO se mide con términos afines…

La cuestión es que, decía, a veces esa no-profesionalidad me da un poquillo de pena. A veces –las menos, cuando me siento débil o vulnerable– me gustaría ser un poquito más común para ser capaz de distinguir lo personal de lo “profesional”. Me refiero al clásico imprescindible de al menos ser capaz de dejar en la puerta de casa lo que no me pertenece para no sufrirlo y dramatizarlo como si la vida me fuera en ello -porque, evidentemente, al margen de todo esto está que soy una Drama Queen de categoría-.

Luego -cuando estoy en estado de reposo y sosiego- me paro a pensar y creo -y no sólo lo creo, sino que estoy convencida de ello...- que las cosas de las que más me enorgullezco en lo que llevo de existencia las he conseguido precisamente por mi manera de vivir y sentir lo que hago. Sé que han sido fruto de mi manera de CREER y, además, de creer SIN MIEDO.

No tengo ninguna duda.

¿Cuántas veces no me habré metido en la boca del lobo?

¿Cuántas veces no me habré aventurado a atravesar un campo de minas?

Agradecida SIEMPRE.

Logros, méritos, relaciones.

Creer sin miedo me ha valido absolutamente TODO. Creer me ha recompensado siempre con las mejores de las cosas bonitas.

Las cosas bonitas que además de valer la pena, valen la alegría.

Cosas que nunca hubiera conocido si el miedo me hubiera llevado a retirarme.

A veces la mina me ha explotado en la cara, claro que sí, pero nunca -NUNCA-he dejado de intentarlo. Espero no dejar de hacerlo tampoco, la verdad.

Creo en lo que hago y creo en las personas. Para mí no hay una Laura "profesional" y una Laura "personal", no. Hay una Laura y punto. Una que sólo sabe ser de una manera, que no necesita inventarse ningún alter ego para impermeabilizarse de los males ajenos y que no entiende de huidas.

En todo caso entiende de "tú-dale-hasta-el-final-y-si-sale-mal-ya-veremos" -lo que viene siendo delegar en la Laura del futuro, vaya, ni más, ni menos-.

Hay que intentarlo.

Hay que arriesgar.

Hay que jugárselo a todo o nada.

Aquí no existen las medias tintas.

Creo que las personas, ante todo, son personas. Poco importa su condición, si es que es posible tener tal. Creo que no se merecen que nadie las utilice para exhibir reputaciones de ningún tipo. Mucho menos si las mismas están en una situación de vulnerabilidad e indefensión, como es el caso de las personas privadas de libertad. Esas personas sufren como muy pocas otras que yo haya podido llegar a conocer, así que yo no quiero ser una profesional de absolutamente nada ni nadie. La mera idea de poder acabar siéndolo me repugna, me da asco, de verdad.

A mí la cárcel me agranda el alma.

Me permite crecer como ninguna otra realidad. Me da unas hostias de cuidado, por supuesto. Me hace caer incansablemente, insaciablemente, una y otra vez. Nunca es suficiente y siempre quiere más.

Decepciones, drogas, mentiras. El listado es infinito.

A mí la cárcel me revienta, pero también me reinventa. Me hunde, pero me calma. Acaba con mis esquemas atávicos y con mis ideas preconcebidas. Me quema, pero también me alivia. Me pone a prueba de forma constante, pero...

¿Qué otra cosa se puede esperar sino de todo este mundo?

"¿Qué te creías que era esto, Laura?"

Habría que ser muy ingenuo –y tiene gracia que esto lo diga yo, que podría ser la fucking Master of the Universe en lo que a ingenuidad se refiere…­– para esperar otra cosa de él.

Yo creo que si me paro a pensarlo bien…

La cárcel fue la que le abrió las puertas a la ansiedad en mi vida por primera vez. Supongo que nunca antes me había expuesto de forma tan abrupta a los miedos e inseguridades que se conocen ahí dentro o, qué sé yo, que nunca antes nada me había importado lo suficiente como para que.

La cárcel es hostil –y me quedo MUY corta…–, pero supongo que me siento muy identificada con esas personas en materia de temores y que, precisamente por eso, precisamente porque al final sus miedos son también los míos, me siento como pez en el agua. Me muevo como pez en el agua.

El soplo de aire fresco que algunos me decían...

¡¡Qué vulnerables somos, por dios, qué poquilla cosa...!!

Por eso me relaciono con ellos de persona a persona y no de profesional a persona. La diferencia está en que la segunda relación se asienta sobre la desigualdad, el paternalismo y el autoritarismo, que son cosas que yo aborrezco... mdéh. La segunda es una relación injusta –si se me permite mezclar churros con meninas– que parte de la superioridad del uno (el profesional) y la inferioridad del otro (el preso); que funciona única y exclusivamente en sentido unidireccional (sólo el profesional va a tener algo que aportar porque –¡oh, señor!– tiene la verdad absoluta y, a diferencia de lo que ocurre con el preso, no es ningún mindundi).

Total: que menudo peñazo lo de la profesionalidad, colega.

Yo como buena nadie que soy –y aquí se me escapa la sonrisa–, me relaciono con ellos de persona a persona, y punto.

Qué le vamos a hacer...!!

Me encanta que de vez en cuando me hagan regalitos tan preciosos como los que me hacen llegar. Me encanta que me confíen sus miserias.

Me encanta poder confiarles las mías.

Y aquí todos felices...!!

Es muy poco profesional, lo sé, pero es lo que es.

Es lo que he elegido, lo que creo que es correcto, lo anti-profesional.

No es el fin del mundo, pero sí el comienzo del de muchos.

Puede que sea muy poco profesional precisamente porque es muy humano.

Aun así… enfin.

Decía que a veces echo de menos no tener algo –ni que fuera una pizquina, unas sobras, unas migajas…– de profesionalidad porque en ocasiones es un engorro carecer de ella.

Pero luego -cuando, de nuevo, vuelvo a estar en estado de reposo y sosiego- lo pienso otra vez y me desdigo rápido.

Pfff… qué va, qué pereza.

Me gusta ser como soy.

Me gusta ser así, humana y no-profesional

–y aquí he vuelto a sonreír–.

Si es verdad que la cárcel me hunde una y otra vez en las peores miserias del ser, también lo es que todas esas veces me ha sacado de ellas con las más bonitas formas del querer humano.

Eso es sobre todo lo que más le agradezco a este mundo. De verdad que sí.

La cárcel me ha enseñado lo mejor del querer humano; algo así como el amor.

En fin.

Dejando aparte las ñoñerías y cursilerías que hacen que no me soporte ni yo misma, estaba pensando en todas estas cosas de la profesionalidad cuando me he acordado de algo que le escribí a una persona secreta hace algo más de un par de años. Creo que evidencia al 110% mis carencias en lo que a tales habilidades se refiere, por lo que ahí van algunos retales.

Sirva ello para que a nadie se le vuelva ocurrir apelar a mi profesionalidad en el futuro. No lo soy, precisamente, por historias como la que sigue.

...(y que colgaré otro día para no abusar del personal)...

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