

Entre plata y aluminio de primera ley
Cuando entro en una cocina que no tiene papel de plata, sencillamente me pongo a temblar. No lo puedo evitar, de verdad, me sale solo. El miedo se me escapa por las yemas de los dedos. No sé qué es lo que me pasa, pero no puedo controlarlo. Como si a veces el cuerpo fuera capaz de decir cosas que la mente no quiere entender o como si, qué sé yo, como si a veces confabulásemos sin querer por nuestra propia destrucción. Menuda romántica estoy hecha. El caso es que cuando entro