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Orgullo de necios


Yo no sé hasta qué punto puedo llegar a tener las cosas claras, pero si existe una verdad absoluta en este mundo que pueda sostener por encima de cualquier otra sin titubear, ésa tiene que ser sin duda la de que no le deseo ningún mal a nadie.

Aun así…

Como siempre y para todo en esta vida de normas y sinsentidos,

a veces hay excepciones.

A veces,

qué sé yo,

a veces me descubro siendo muy mala persona con mis presos.

Mala sombra me cobije si algún le deseo el mal a alguien de corazón, pero…

en serio…!!

A veces me confundo a mí misma ordenando lo que digo, lo que pienso o lo que siento. Puede sonar a broma, pero en verdad no lo es ni un poquito: cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político (gracias, Mariano).

Decía que a veces recibo llamadas sorpresa desde números que desconozco. Normalmente no me guardo los números de las prisiones, pero con el paso del tiempo he aprendido a reconocer los prefijos de las distintas provincias sin tener que memorizarlos en el móvil.

91874; 91811; 91882; 986; 965; 964; 956. Los de Madrid son siempre los números más confusos.

Con el tiempo me he obligado sin querer a aprenderme las cifras que siguen al prefijo para saber desde qué cárcel se me está contactando. Siete cárceles en una misma Comunidad Autónoma…?? Eso son muchos números de teléfono con el 91, si lo pienso. Aun con todo, a veces puedo hasta percatarme de sus cambios de módulo.

“Oye, me estás llamando desde otro número, ¿¿te han vuelto a mover, o qué??” El caso es que me cuesta menos saber quién es cuando me llama alguno de mis dispersados (que son una infinita mayoría; y eso que no son ni de la ETA ni de nada de eso, cuidado, que aquí las miserias se reparten casi por igual con alegría y generosidad…!!).

Bueno, que me enrollo.

Decía que a veces me llaman desde números totalmente ajenos a la institución. Se me escapa la sonrisa: números clandestinos…?? Quizás; pero me estoy refiriendo a las llamadas que en ocasiones recibo desde el hospital.

“Laura??” “Anda leche!! Desde dónde me llamas que no conozco este número?? Te han dado una excedencia??” “Estoy de vacaciones, sí –se ríe–. Estoy en el Gregorio Marañón” “Qué me dices?!?! Toma ya!! Qué bien!!” –más entusiasta no puedo ser.

Lo peor es que alegrarme me sale de corazón, casi sin querer ni darme cuenta.

Normalmente los hospitales me dan más grima de la que me pueden dar las propias cárceles, pero si el paciente es el preso, la película se tergiversa. Salir a un hospital no puede ser sinónimo de nada bueno, pero sí de salir un rato a estar en sociedad. Es probable que no vea a demasiada gente y que la que vea se espante por los grilletes o la custodia que ejercen los siempre presentes Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, pero es un día diferente.

Vale la pena intentarlo, no?? Intentar enfermar para salir, digo. Ésa es la historia de muchos de los que salen.

Unas bombillas, unas pilas, unos CDs… y al hospital.

Al parecer puede ser peligroso ingerir cosas no aptas para el consumo, pero a veces no logran salir ni con esas.

El caso es que otras veces sí lo consiguen. Salen. Los imagino con la bata de convaleciente y me da por desear de todo corazón que su recuperación sea lenta y más que lenta (pero no dolorosa eh, eso no; con que sea lenta y lo menos dolorosa posible me doy por satisfecha). En verdad no hay tanta maldad como pudiera parecer en un principio, pero sí que me alegra más escuchar que tienen para una semana que para 3 días. Cuanto más tiempo tengan que estar hospitalizados, mejor; y no por alargar su estancia fuera del presidio ni nada, que también, pero sí por lo de poder ir a verles sin que un cristal me prive de. De darles ánimos y un abrazo.

Supongo.

De reír con naturalidad.

En circunstancias normales la risa es cercana, directa, familiar. La risa sana y lo cura todo, que dicen. Que mejor que reír para sortear cualquier tipo de mal…?? Pocas cosas se me ocurren. En prisión la risa puede seguir siendo una terapia, claro que sí, pero el cristal…

El cristal siempre intercede.

Se lo carga todo sin permiso ni perdón.

Destruye las emociones, reprime las verdades, cuestiona las sensaciones.

A quién se le pudo ocurrir que aquello fuera buena idea…?? Buena idea para qué?!? Para no introducir objetos prohibidos en el penal?? Acaso no hay medios menos agresivos para con nuestra naturaleza que el de privarnos de la inmediatez en las relaciones humanas??

Nos hemos vueltos locos o qué pasa??

Me saca de quicio ese maldito cristal, de verdad. A veces me da hasta por pensar que pueda estar en el origen de muchas de las reincidencias que registramos. Menuda tontería, no?? Pues no, yo no creo que lo sea tanto. Darles un abrazo, un beso.

Poder apretar sus manos, no sé.

Tan raro/malo sería??

Hablar sin tener que esquivar los reflejos de la luz en el vidrio. Conversar sin manchas de morros estampados en medio. Reír sin tener que estar enfrentados.

Es absurdo no poder sentarse al lado de alguien, verdad?? Quién tiene por costumbre sentarse justo enfrente de otro cuando se trata de hablar?? Acaso en los parques los bancos están enfrentados para que quienes quieran sentarse a charlar puedan estar cara a cara?? Puede parecer una tontería, pero los entresijos del lenguaje corporal se manifiestan de forma continua en nuestro consciente y en nuestro inconsciente. Puede parecer una tontería, sí, pero es que hasta eso es un motivo más por el que desearles una larga estancia en el hospital.

No sé, si lo pienso un poco no creo que nada de esto me convierta en mala persona, no?? Si el funcionamiento de las cosas fuera más respetuoso con nuestra naturaleza y nuestra humanidad, otro gallo cantaría. Es la deshumanización de la cárcel la que me hace desear que enfermen, que tengan que salir a juicio, que se suspendan sus vistas y que sigan agonizando en sus esperas. Cuanto más se suspendan sus juicios, mejor; más veces tendrán que salir de diligencias (y aquí hago un paréntesis para destacar el daño que ha hecho la videoconferencia en este sentido).

Lo bueno y lo malo de mis palabras es que no pocas veces son compartidas por sus propios protagonistas; o acaso alguien creería que un preso que logra salir al hospital está como loco por volver a prisión?? Nah, claro que no, no del todo.

Las conducciones en los canguros son poco menos que horribles, según coinciden TODOS, pero… En fin. A veces pueden acarrearles alguna que otra alegría si con ello consiguen ese instante de descosificación, humanización o qué sé yo, de volver a sentirse individuos o, por lo menos, de dejar de sentirse nadies (que en absoluto son).

Y acabando como empecé, sólo que un poco diferente:

Yo no sé hasta qué punto puedo llegar a tener las cosas claras, pero si existe una verdad absoluta en este mundo que pueda sostener por encima de cualquier otra sin titubear, ésa tiene que ser sin duda lo mucho que me gusta poder acompañarles cuando salen del penal.

Qué sensación;

ésa de poder transmitirles mi ánimo y mi apoyo con un apretón de manos.

Qué sensación;

ésa de volver a casa y poder ver la foto que nos hicimos!!

Cuántos habrá que no queden más que en mi recuerdo?? Después de tantos y tantos años… Después de tantos y tantos momentos compartidos (algunos especialmente duros) y… ni una foto. Ni una sola foto…?? En serio?? Qué mal habría en ello…?? No logro entenderlo, de verdad que no.

Qué sensación;

ésa de ir a despedirnos y que me diga esposado…

“Laura, no te vayas sin darme un abrazo!!”

Entre afecto, efecto y selfies…

nos despedimos sabiendo que aquello es un retorno al cristal

hasta no-se-sabe-cuándo.

Y así, bajo la atenta mirada de los custodios que han deshumanizado el afecto hasta el punto de ver un abrazo como algo obsceno o, qué sé yo, hasta el punto de no entender lo mucho que esos segundos de vida significan para alguien que lleva 17 años sin sentir, me reitero deseando que vuelva a salir pronto, que pueda enfermar en un futuro cercano o que lo que sea para poder volver a salir de “excedencia”.

Mal de muchos, consuelo de nadie.

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