top of page

Desde hoy, SOY RACISTA


(Entrada originaria del 28 de octubre'17)

Pues sí. Desde hoy me declaro profundamente racista.

“En su virtud, he resuelto, de acuerdo con la propuesta formulada, decretar su expulsión del territorio nacional, con la consiguiente prohibición de entrada en España por un periodo de 5 años, a contar desde la fecha en que se lleve a efecto”.

Aún me tiemblan las piernas. Aún tengo un nudo en el estómago. Aún me brillan los ojos. Aún tengo su olor en mis manos. Aún.

Me declaro racista hasta que la ley me permita no serlo. Me declaro racista hasta que el derecho de extranjería desaparezca, se consuma, se evapore. Me declaro racista hasta que.

Me he venido abajo al ver que los Nacionales ya estaban allí cuando he llegado a Navalcarnero. Me he acabado de hundir al escuchar que preguntaban por él.

Sábado, 28 de octubre de 2017. Será persona non grata en Europa hasta el 28 de octubre de 2022, pese a ser un pedazo de amor en estado puro.

De Navalcarnero a Barajas.

Directo. Sin trasbordos ni posibilidad de desvío.

El martes recibí una llamada de su madre, que a su vez había recibido una llamada del abogado. Descifré entre nervios lo poco que ella entendió de su conversación con el abogado para explicarle que lo que le habían puesto a su hijo era una orden de expulsión. Le habían revocado otra en el pasado por no tener los papeles en regla (¿cómo iba a tenerlos en regla si estaba en prisión?), pero esta vez decretaban su salida del país por haber delinquido. Llevaba media vida aquí y tenía todas sus expectativas e ilusiones en España, en su casa, con su familia.

La Delegación del Gobierno había decidido que eso no iba a ocurrir.

A estas horas debe de estar sobrevolando la costa portuguesa para adentrarse en las inmensidades del Océano.

Saqué el volante para poder ir a Navalcarnero nada más colgarle el teléfono a su madre. Él me agradeció que fuera a verle, claro, pero estaba tan abatido que no pudimos más que intercambiar algunas palabras. Le expliqué que su abogado había recurrido la orden, que hasta el sábado no podía dar nada por hecho y que yo de todas formas iba a acudir a primera hora para recogerle y ver qué pasaba. Se le inundaron los ojos. Se le inundaron tanto que no pude evitar que los míos se humedecieran también. No sabía qué decirle. ¿Qué palabras hay para el consuelo de alguien que, después de pasar 6 años en prisión –SEIS AÑOS–, se entera de que va a ser privado de volver a su casa con su familia? ¿Qué querría yo que me dijeran si mañana me entero de que en dos o tres días voy a aparecer en el aeropuerto de Quito, sin más pertenencias que las puestas? ¿Cómo se defiende una persona en una situación así? ¿Cómo se legitima o se justifica que pueda hacérsele algo así a nadie? ¿Quién es dueño del territorio y en base a qué se le permite o se le prohíbe a una persona estar donde quiere estar? ¿Por qué no puede quedarse aquí si ya ha acabado de cumplir su condena? ¿Quién cree estar lo suficientemente por encima de él como para determinar echarlo del país?

POR FAVOR, ¡BASTA! ¡Qué miserable es el Derecho y qué miserables las personas que lo aplican en contra de las personas!

Yo no encontré las palabras que buscaba para consolarle, desde luego. Todavía hoy las busco, pero no creo que pueda encontrarlas jamás.

Podrían haberlo expulsado nada más delinquir, pero no. Lo han hecho hoy.

Cuando lo hemos visto subir la rampa hacia las rejas, nos hemos acercado a ellos. Los Nacionales y yo, digo. También estaban su tía y su primo, pero ellos han permanecido siempre en la retaguardia sin entender demasiado bien lo que estaba pasando. La situación nos ha privado del abrazo que los cristales nos habían impedido durante estos meses. Sólo cuando el Instructor ha acabado de explicar lo que seguía a continuación –y siempre bajo su atenta vigilancia– hemos podido extendernos los brazos, cogernos, tocarnos y consolarnos por primera vez. Sus miradas violaban nuestra intimidad, humana, cómplice y comprensiva como sólo puede serlo cuando el vínculo se ha construido con la cárcel de por medio.

Quedaban dos horas para que su vuelo saliera.

Directos a la T4. Él con los Nacionales y yo con el Sandero.

No he dejado de llorar en ningún momento durante el trayecto. Sencillamente, no he podido. Tampoco he podido evitar no darme cuenta de que iba a 150km/h.

Los nervios, la rabia, la impotencia. El cóctel, en definitiva.

Entrando en la Terminal he recibido una llamada del Colegio de Abogados. “Laura, acaba de designarte para su defensa un extranjero con expulsión inmediata. Acaba de llegar a Barajas”. Era inminente. El momento estaba ahí. Cada vez me dolía más y más la barriga.

Cuando ha vuelto a aparecer con los Nacionales, quedaba una hora para su embarque.

Cuando ha vuelto a aparecer, no he podido reprimir mis ganas de llorar.

Hemos podido compartir más de lo que puede compartirse en los locutorios de la cárcel, sí; he podido brindarle el cariño y el afecto que la cárcel me prohibía. He recibido su gratitud, incontables muestras de estima y la sonrisa y el humor que nunca le abandonan.

Me ha abrazado el alma con algunas de sus palabras, pero he sentido cómo se lo llevaban delante de mí sin poder hacer nada para evitarlo. Prácticamente lo he subido al avión. Se ha dado la vuelta hecho un flan y con una sonrisa. Yo he estallado nada más cruzar la puerta de la Comisaría.

Al final, una hora es todo cuanto he podido compartir con él después de todos estos meses. Una hora miserable en la sala de espera de la comisaría del aeropuerto. Una vez más, supongo que la ley ha vuelto a desgarrarme el corazón.

Una vez más, supongo que ése es el precio a pagar si decides ponerte del lado de quienes viven sin el trozo de plástico que les acredita como españoles.

Todo sería mucho más fácil si pudiera discriminar a las personas por sus orígenes o si pudiera elegir quedarme solo con los españoles.

Sería mucho más fácil, pero también mucho más cobarde.

Por más que pueda dolerme un escenario como el de hoy y teniendo aún los sudores fríos que me han acompañado esta mañana, yo elijo –y elegiré– estar siempre con los nadie. Sean de donde sean.

Y tú, Goyo, Goyito, Negro. Si en algún momento tienes ocasión de leer estas palabras… Te prometo que no será ésta la última vez que nos veamos.

Allá dondequiera que estés, tienes el cielo al alcance de los ojos. Allá dondequiera que estés, ERES LIBRE.

Y si alguna vez flaquean las fuerzas… Acuérdate de todo lo que ya has pasado. Acuérdate de que voy a estar haciendo todo lo posible para que puedas volver a casa.

Acuérdate de mí y de lo mucho que te quiero.

Me quedo con el consuelo de saber que te vas a un país en el que hay monos. No puede esperarte nada malo si hay monos y sonrisas de por medio.

Últimas entradas
Archivo
bottom of page